Solaris by Stanislaw Lem

Solaris by Stanislaw Lem

autor:Stanislaw Lem
La lengua: spa
Format: epub, mobi
ISBN: 9788445070482
publicado: 1960-12-31T16:00:00+00:00


Los monstruos

La luz me arrancó del sueño en mitad de la noche. Envuelta en una sábana, con el cabello caído hacia adelante, Harey se había acurrucado a los pies de la cama. Le temblaban los hombros; lloraba en silencio.

Me senté, no del todo despierto, protegiéndome los ojos de la luz, anonadado aún por la pesadilla que me atormentara un momento antes. Harey seguía temblando, y le tendí los brazos. Me rechazó escondiendo la cara.

—Harey.

—¡No me hables!

—¡Harey! ¿qué ocurre?

Ella alzó el rostro húmedo y trémulo. Gruesas lágrimas, lágrimas de niño, le resbalaban por las mejillas, relucían en el hoyuelo del mentón, y goteaban sobre la sábana.

—Tú no me quieres.

—¿Qué estás diciendo?

—Oí.

Sentí que se me contraía la mandíbula.

—¿Qué oíste? No entendiste nada...

—Sí entendí, entendí muy bien, tú decías que no era yo. Querías que me fuera. Y yo me iría, de veras me iría, pero no puedo. No sé por qué. Intenté irme, y no pude. Soy tan cobarde.

—Vamos, por favor...

La tomé en mis brazos, la apreté contra mí. Sólo ella me importaba; nada más existía. Le besaba las manos, los dedos mojados por las lágrimas; le hablaba, le prometía una cosa y otra, le decía que ella había tenido un sueño estúpido, un sueño horrible. Poco a poco se calmó. Dejó de llorar. Tenía los ojos muy abiertos y fijos, ojos de sonámbula.

—No —dijo—, cállate, no hables así, no es necesario. Ya no eres el mismo. —Quise protestar, pero ella continuó:— No, tú no me quieres. Lo comprendí hace tiempo. Fingí no darme cuenta. Pensé que todo eran imaginaciones mías, pero no, has cambiado. No me tomas en serio. ¿Un sueño? Sí, es verdad, pero eras tú el que soñaba, y soñabas conmigo. Dijiste mi nombre con repulsión. ¿Por qué? ¿Por qué?

Me arrodillé, le abracé las piernas.

—Mi pequeña...

—No quiero que me hables así, ¿entiendes? No quiero. No soy tu pequeña, no soy una niña. Soy...

Rompió en sollozos y hundió el rostro en la almohada. Me levanté. Los ventiladores zumbaban quedamente. Tenía frío. Me eché sobre los hombros la bata de baño y me senté al lado de Harey. Le toqué el brazo:

—Escucha Harey. Te diré algo. Te diré la verdad.

Harey se incorporó, apoyándose en las manos. Le vi las venas que le palpitaban bajo la piel fina del cuello. Una vez más sentí que se me endurecía la mandíbula. El aire parecía todavía más frío, y no se me ocurría nada que decir.

—¿La verdad? —preguntó Harey—. ¿Palabra de honor?

Sentí un nudo en la garganta, y no pude contestarle. Palabra de honor, nuestra fórmula sagrada, la promesa incondicional. Así sellado el juramento, ninguno de nosotros se atrevía a mentir, y aun a ocultar algo. Recordé la época en que un excesivo afán de sinceridad nos atormentaba día y noche, convencidos de que esa búsqueda ingenua de la verdad preservaría nuestra unión. ,

—Palabra de honor. Harey... —Ella esperaba.— Tú también, Harey, tú también has cambiado. Todos cambiamos. Pero no es esto lo que quería decirte. Por una razón que ninguno de los dos conoce exactamente, parece que.



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